HISTORIA (I)

Una de mis aficiones es la Historia. Y qué mejor que dar rienda suelta a mis "ansias" que en una página escolar. Puede parecer pesado, pero yo soy inaccesible al desaliento y, poquito a poco, iré desgranando un tema que desde siempre me ha interesado y que creo, además, interesante:
LA HISTORIA DEL MAGISTERIO REPRESALIADO DURANTE LA REPÚBLICA, LA GUERRA CIVIL Y LA PRIMERA ETAPA FRANQUISTA.
(Al que no le interese, con no leerlo es suficiente).
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INTRODUCCIÓN HISTÓRICA:
SE INICIA EL CONFLICTO.


Partiré de unas premisas que creo pueden hacerse extensivas a cualquier tiempo y lugar:

1) La educación de un país, en cualquier época, está dirigida e incluso “manipulada” por el Gobierno que en ese momento ostenta el poder. La escuela, por lo tanto (y así se irá demostrando a lo largo de este trabajo) no suele ser imparcial.
2) El maestro, en la mayoría de los casos, es transmisor/difusor de ideas e ideologías que emanan en forma de leyes, decretos y órdenes, del Poder antedicho, “camufladas” en lecturas, escrituras y libros de texto autorizados al efecto.
3) Que entre las leyes físicas, una, inmutable, es la de que “a toda acción se opone una reacción”.
4) Que la sociedad, representada por sus políticos, exige, de aquellos a los que confía la labor de educar, que inculquen a sus hijos lo que en ese momento es socio-políticamente correcto (no entro en discusiones sobre si justo o no).
5) Que hay docentes que, por vocación (supongo), creen en lo que viven y en lo que hacen y, por lo tanto, lanzan sobre sus alumnos la lluvia de ideas que consideran más adecuadas para formar personas en el futuro y, por ende, con criterio para crear una sociedad más justa.

Una vez establecidas éstas (podrían escribirse bastantes más, pero para no agobiar, lo dejo aquí), suponer la bondad o la superioridad de un tipo de escuela sobre otro, huelga decir que es bastante difícil aunque no totalmente imposible.
Es cierto que, como en todo, hay pedagogías progresistas y conservadoras, religiosas o laicas… pero para eso están, para que la sociedad pueda elegir qué modelo educativo quiere para sus vástagos.
Por esta razón, intentando ser “relativamente” objetivo, no voy a proclamar los beneficios de un modelo educativo sobre otro puesto que, por las premisas anteriores, sería establecer qué sistema político es mejor y cual peor, qué sociedad es válida y cuál merecedora del olvido.
Prefiero ceñirme a la Historia.
Ella, a la larga, es la que pone cada cosa en su sitio y a cada uno en su lugar.

Corre el año de 1931… (podría empezarse así y, por ello, así lo hago).
Corre el año 1931 y en España se propaga la fiebre antimonárquica. La dinastía de los Borbones parte al exilio dejando un país con enormes tasas de analfabetismo y con los tres poderes (hasta entonces) sociales tambaleándose:
- la oligarquía, temerosa tanto de perder su influencia como sus bienes, porcentualmente demasiado importantes en comparación con la enorme población de menesterosos que tiene el país.
- la religión, angustiada de perder sus prebendas, sus propiedades, también muy importantes, y con la preocupación de intentar sobrevivir en un Estado que va a declararse laico en breve.
- el ejército, con una pirámide de mando casi invertida, lamiéndose aún las heridas de una guerra en el norte de África totalmente impopular y causa de la pérdida del poco prestigio que podía haber mantenido de saber conducir las cosas de otra manera (menos prebendas a los africanistas, desaparición del soldado de cuota, menos barrigas condecoradas entre sus oficiales superiores…)
La sociedad española, pues, exige un cambio, radical si cabe, para intentar recomponer de un modo más justo la riqueza y el modo de vida del país.


En este contexto nace, por aclamación popular, la República Española, que pronto va a abordar los temas más candentes que han venido arrastrándose desde tiempo ha.

1) La Reforma Agraria. Un reparto más justo de la tierra (“la tierra para quien la trabaja”) que intenta establecer el equilibrio en una España eminentemente rural y cuya economía se basa en la producción agrícola sobre todo.
2) Suprimir el poder moral que, hasta entonces, ha detentado la Iglesia y que siempre se ha aliado con los económicamente fuertes en detrimento del desgraciado que nunca tuvo medios para mantener dignamente a su familia.
3) La reforma militar emprendida por Azaña, destinada a tallar de nuevo una pirámide en condiciones mediante el pase, forzoso o voluntario, a la reserva de multitud de oficiales superiores que han olvidado el Barranco del Lobo, Annual, el informe Picaso…
4) La consideración y desarrollo de los nacionalismos, no como un medio de dividir a España sino como un modo de enriquecerla.


(La República se celebra incluso con papel de fumar conmemorativo como éste. Colección del autor)
Una vez establecido y puesto en práctica el plan de choque, el Gobierno, ahora de izquierdas, vuelve la vista al terreno educativo. No sin razón, a la República hay estudiosos que la bautizan “la República de los profesores”.
Hay que hacer algo; hay que llevar la educación a los sitios más desfavorecidos, a los más inaccesibles. Hay que erradicar el analfabetismo. Se sabe que la cultura abre las mentes, hace llegar al estatus de “persona a aquel que estaba destinado a ser siervo” (Rodolfo Llopis). Y pensando, el hombre se hace más libre.
De estos principios tan básicos nace la Escuela Nueva (no tan nueva en otros países), el reformismo, la educación para todos, las Misiones Pedagógicas… (curiosamente, sin romper totalmente con el molde de escuela monárquico, cosa que hay que tener en cuenta).
Se establecen planes de estudio (cada gobierno pretende perpetuar su memoria en un plan de estudios, en una reforma. Antes se nombraban por fechas-años. Ahora con siglas, que por algo la población ya no es analfabeta), se crean escuelas a cargo del Estado (Marcelino Domingo, primer ministro de Instrucción Pública republicano establece el proyecto en 27.000), nace la escuela laica y se implanta la coeducación, se invoca una pedagogía activa y moderna, se democratizan las Instituciones educativas…
Es tanto lo que hay que hacer que los objetivos parecen inalcanzables.

Pero no es así.
Poco a poco, con maestros convencidos y dedicados a su labor, dignificados en su trabajo, con voluntarios pedagógicos y con mucha imaginación supliendo la falta de medios, se empiezan a ver resultados en esos cinco años iniciales (frenados, eso sí, por el llamado “bienio negro” y del que aún no sé, aunque me lo malicio, quién fue el creador de tan insigne epíteto).

Tal desmadre (los jornaleros trabajando tierras que antes eran de los señoritos, los religiosos encerrados en un mutismo roto de vez en cuando con las amenazas del infierno más cruel para tanto revolucionario, el ejército con escasez de medios y purgado en sus altos cargos, descabezado en parte, los nacionalismos cada vez más poseídos de su papel decisorio en los destinos de sus territorios y la gente aprendiendo a leer y a escribir y abriendo sus mentes a la ilustración) no tiene más solución para los que se arrogan el papel de salvadores de la Patria que la asonada militar.
¿Y de dónde podía partir ésta si no era del sector militar africanista, uno de los más conservadores y que, regalado por la Monarquía con prebendas y ascensos, ahora ve cerradas sus posibilidades de acceder a estos’?
Era inevitable, estaba cantado…

Y España se ve sacudida, durante casi tres años, por una guerra civil de la que salen vencedoras las “fuerzas vivas” y, derrotados, la cultura, la democracia y el desarrollo del país.

El Magisterio, desgraciadamente, sufre en cada bando las represalias de las que, de no compartir la Causa por la que la sociedad combate y se mata en los frentes, es “merecedor”.
Lo veremos más adelante con algo más de detalle. Como introducción muy, muy general, al tema, ya basta. No es cosa de saturar las mentes con datos y fechas quizás importantes, mas innecesarios, para abrir la puerta de la materia que me ocupa. Ya vendrán luego.
(Continuará)...




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