¿EVALUAR O MEDIR?

DEDICADO A TODOS LOS PADRES Y EDUCADORES.

“El conocimiento no es como un vaso que se llena, sino como un tronco que arde”.
Esta frase no es de un manual divulgativo de la moderna teoría constructivista, sino del filósofo griego Plutarco y, por lo tanto, se escribió hace 2.000 años.
Desde entonces está claro que el desarrollo del conocimiento no se produce por la superposición de nociones que llenan gradualmente un vaso vacío, sino por una continua reestructuración, como un tronco que se quema: los nuevos conocimientos modifican los precedentes, crean nuevos equilibrios, abren puertas a nuevas aventuras cognitivas. Si esto era verdad en la antigüedad, ¿por qué hoy, para describir al alumno, se continúan utilizando metáforas como “un recipiente que hay que llenar, una pizarra donde escribir, un ordenador que hay que programar, una planta que hay que enderezar”?
Aunque los cursos de formación para profesores y los mismos programas escolares definen el aprendizaje según un modelo constructivista en el que el alumno tiene un papel protagonista, porque debe construir su formación y no recibirla pasivamente del profesor ¿por qué se continúan utilizando libros de texto que se estudian según el orden de las páginas y en secuencia, un concepto tras otro, del más fácil al más difícil?
Muy a menudo, más allá de las declaraciones oficiales, la escuela ha quedado unida a la idea del vaso vacío que hay que llenar,
Según esta idea, por ejemplo, se podría suponer que todos los alumnos son iguales porque todos están igualmente vacíos y que irán llenándose gradualmente según las propuestas del profesor, los ritmos indicados por el programa y ratificados por el libro de texto.
Si esto es verdad, el docente puede razonablemente esperar que, pasado un año en el cual se han ofrecido a todos las mismas explicaciones y las mismas oportunidades, todos hayan llenado ese vacío inicial con la misma cantidad. En este punto, el profesor puede medir las cantidades y poner una nota. Es evidente que, si algún vaso queda menos lleno, la culpa será del alumno, que no ha querido aprovechar las oportunidades que se le han ofrecido.
¡Benvenidas sean las contribuciones de la ciencia pedagógica y psicométrica, que nos permite, mediante cuestionarios, test y pruebas, medir la cantidad de aprendizaje!
Naturalmente, dado que esta evaluación es una “medición”, el medidor quedará fuera del proceso (es quien tiene el metro) y el resultado será el aprobado o el suspenso del alumno.
Todo esto sería un razonamiento impecable si – como decía Plutarco – no estuviese equivocado.
Los alumnos al principio no son iguales, sino profundamente diversos y saben cosas diferentes y de maneras distintas. Y como escribe el padre Milani: “No hay nada más injusto que hacer partes iguales entre los desiguales”.
El recorrido de cada uno será diferente y cada uno desarrollará algunas capacidades de más y otras de menos. Cada uno de ellos tiene, como mínimo, un sector de excelencia y depende de nosotros descubrirlo y valorarlo.
Y, al final, si algo no ha ido bien, la culpa será de todos: alumnos, profesores, escuela y padres. Y entonces la evaluación deberá ser una lectura del recorrido, para entenderlo y no para juzgarlo.
Y todos deberían estar dentro: todos implicados y responsables por igual.

(Francesco Tonucci. Cuadernos de Pedagogía nº 371. Septiembre 2007).

Comentarios