
No me resisto las ganas de hacerlo.
Llevamos cinco personas cinco horas, toda una tarde, en la mesa Electoral para elecciones de representantes de padres/madres en el Consejo Escolar del Centro.
Llueve, hace frío, es de noche y los relámpagos sacan brillo a las gotas de lluvia que caen junto a la puerta. Anuncian el estallido inminente del trueno que, sin querer y aún esperándolo, nos sobresalta.
Tememos que se vaya la luz, lo cual es lo más normal aquí cuando caen unas gotas (aunque no sean unas gotas precisamente lo que cae a ratos).
Miramos casi decepcionados la urna electoral. “¡No caben las papeletas”, dice una madre. Los demás reímos por no llorar.
Sabemos que la tarde no invita a votaciones. Se ha hecho toda la publicidad necesaria. Se ha recordados a todos/as el día anterior.
Pero, ¿tanto cuesta participar en la educación?
¿Dónde están todos/as los que se enojan por cosas más o menos serias, los que arman un “pollo” a la mínima de cambio, los que van a las tutorías a quejarse de que sus hijos tienen más o menos trabajo, los que corrigen al pobre maestro al que confunden con un mandado en lugar de con la persona en la que han confiando la educación de sus vástagos?
Llega la hora de cerrar.
Recontamos rápidamente los votos. Es difícil equivocarse al hacer el recuento con tan escasas cuartillas, que nos gritan cuánta gente ha tenido el interés de molestarse en acercarse hasta aquí para sentirse parte de esta escuela, pequeña pero tan importante, sin embargo para toda la comunidad.
Cuando recojo todo, pongo la alarma, cierro las puertas y me empapo desde allí hasta el coche, pienso en cuántos problemas nos pueden quedar por delante de aquí a que acabe el curso, a que pase un año, y otro…
Cuesta a veces trabajo.
No nos prepararon en la carrera para demasiadas decepciones. No nos dijeron: “Os sentiréis muchas veces casi solos; tendréis algunos padres y madres voluntariosos, dispuestos a todo, pero serán los menos. Los más irán sólo cuando tengan un problema, una reclamación, una exigencia. Pero intentad ser ecuánimes, tratad a todos igual, consideradlos a todos con el mismo rasero, no seáis partidistas ni sectarios; intentad hacerlo lo mejor posible. Esa es la educación, esa es la escuela que os espera ahí afuera”.
Por eso, a todos los que fueron, gracias.
A todos los que quisieron y no pudieron, también.
Gracias a todos los que no quisieron.
Y a los que, por diversas circunstancias, no se enteraron.
A todos, gracias, porque la escuela es de todos y para todos, con la misma consideración y el mismo respeto. Aunque os cueste creerlo a veces. Aunque también penséis que no llevo razón. Todos sois importantes para nosotros. Siempre lo habéis sido.
Llevamos cinco personas cinco horas, toda una tarde, en la mesa Electoral para elecciones de representantes de padres/madres en el Consejo Escolar del Centro.
Llueve, hace frío, es de noche y los relámpagos sacan brillo a las gotas de lluvia que caen junto a la puerta. Anuncian el estallido inminente del trueno que, sin querer y aún esperándolo, nos sobresalta.
Tememos que se vaya la luz, lo cual es lo más normal aquí cuando caen unas gotas (aunque no sean unas gotas precisamente lo que cae a ratos).
Miramos casi decepcionados la urna electoral. “¡No caben las papeletas”, dice una madre. Los demás reímos por no llorar.
Sabemos que la tarde no invita a votaciones. Se ha hecho toda la publicidad necesaria. Se ha recordados a todos/as el día anterior.
Pero, ¿tanto cuesta participar en la educación?
¿Dónde están todos/as los que se enojan por cosas más o menos serias, los que arman un “pollo” a la mínima de cambio, los que van a las tutorías a quejarse de que sus hijos tienen más o menos trabajo, los que corrigen al pobre maestro al que confunden con un mandado en lugar de con la persona en la que han confiando la educación de sus vástagos?
Llega la hora de cerrar.
Recontamos rápidamente los votos. Es difícil equivocarse al hacer el recuento con tan escasas cuartillas, que nos gritan cuánta gente ha tenido el interés de molestarse en acercarse hasta aquí para sentirse parte de esta escuela, pequeña pero tan importante, sin embargo para toda la comunidad.
Cuando recojo todo, pongo la alarma, cierro las puertas y me empapo desde allí hasta el coche, pienso en cuántos problemas nos pueden quedar por delante de aquí a que acabe el curso, a que pase un año, y otro…
Cuesta a veces trabajo.
No nos prepararon en la carrera para demasiadas decepciones. No nos dijeron: “Os sentiréis muchas veces casi solos; tendréis algunos padres y madres voluntariosos, dispuestos a todo, pero serán los menos. Los más irán sólo cuando tengan un problema, una reclamación, una exigencia. Pero intentad ser ecuánimes, tratad a todos igual, consideradlos a todos con el mismo rasero, no seáis partidistas ni sectarios; intentad hacerlo lo mejor posible. Esa es la educación, esa es la escuela que os espera ahí afuera”.
Por eso, a todos los que fueron, gracias.
A todos los que quisieron y no pudieron, también.
Gracias a todos los que no quisieron.
Y a los que, por diversas circunstancias, no se enteraron.
A todos, gracias, porque la escuela es de todos y para todos, con la misma consideración y el mismo respeto. Aunque os cueste creerlo a veces. Aunque también penséis que no llevo razón. Todos sois importantes para nosotros. Siempre lo habéis sido.
Pero podríais reconocer que… cuesta a veces tanto trabajo…
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